EPIFANIA DEL SEÑOR (REYES MAGOS)

EPIFANIA DEL SEÑOR (REYES MAGOS):

P1020329Homilia del Papa Farncisco en la Solemnidad de la Epifania del Señor:

«Lumen requirunt lumine». Esta sugerente expresión de un himno litúrgico de la Epifanía se refiere a la experiencia de los Magos: siguiendo una luz, buscan la Luz. La estrella que aparece en el cielo enciende en su mente y en su corazón una luz que los lleva a buscar la gran Luz de Cristo. Los Magos siguen fielmente aquella luz que los ilumina interiormente y encuentran al Señor. En este recorrido que hacen los Magos de Oriente está simbolizado el destino de todo hombre: nuestra vida es un camino, iluminados por luces que nos permiten entrever el sendero, hasta encontrar la plenitud de la verdad y del amor, que nosotros cristianos reconocemos en Jesús, Luz del mundo.

Y todo hombre, como los Magos, tiene a disposición dos grandes «libros» de los que sacar los signos para orientarse en su peregrinación: el libro de la creación y el libro de las Sagradas Escrituras. Lo importante es estar atentos, vigilantes, escuchar a Dios que nos habla. Como dice el Salmo, refiriéndose a la Ley del Señor: «Lámpara es tu palabra para mis pasos, / luz en mi sendero» (Sal 119,105). Sobre todo, escuchar el Evangelio, leerlo, meditarlo y convertirlo en alimento espiritual nos permite encontrar a Jesús vivo, hacer experiencia de Él y de su amor.

En la primera Lectura resuena, por boca del profeta Isaías, el llamado de Dios a Jerusalén: «¡Levántate, brilla!» (60,1). Jerusalén está llamada a ser la ciudad de la luz, que refleja en el mundo la luz de Dios y ayuda a los hombres a seguir sus caminos. Ésta es la vocación y la misión del Pueblo de Dios en el mundo. Pero Jerusalén puede desatender esta llamada del Señor. Nos dice el Evangelio que los Magos, cuando llegaron a Jerusalén, de momento perdieron de vista la estrella. No la veían más.

En especial, su luz falta en el palacio del rey Herodes: aquella mansión es tenebrosa, en ella reinan la oscuridad, la desconfianza, el miedo. De hecho, Herodes se muestra receloso e inquieto por el nacimiento de un frágil Niño, al que ve como un rival. En realidad, Jesús no ha venido a derrocarlo a él, ridículo fantoche, sino al Príncipe de este mundo. Sin embargo, el rey y sus consejeros sienten que el entramado de su poder se resquebraja, temen que cambien las reglas de juego, que las apariencias queden desenmascaradas. Todo un mundo edificado sobre el poder, el prestigio y el tener, entra en crisis por un Niño. Y Herodes llega incluso a matar a los niños: «Matas el cuerpo de los niños, porque el temor te ha matado a ti el corazón» – escribe san Quodvultdeus (Sermón 2 sobre el SímboloPL 40, 655). Es así. Tenía miedo y, por este miedo, ha enloquecido.

Los Magos consiguieron superar aquel momento crítico de oscuridad en el palacio de Herodes, porque creyeron en las Escrituras, en la palabra de los profetas que señalaba Belén como el lugar donde había de nacer el Mesías. Así escaparon al letargo de la noche del mundo, reemprendieron su camino y de pronto vieron nuevamente la estrella, llenándose de «inmensa alegría» (Mt 2,10). Esa estrella que no se veía en la mundanidad de aquel palacio.

Un aspecto de la luz que nos guía en el camino de la fe es también la santa «astucia». Es también una virtud esta santa «astucia». Se trata de esa sagacidad espiritual que nos permite reconocer los peligros y evitarlos. Los Magos supieron usar esta luz de «astucia» cuando, de regreso a su tierra, decidieron no pasar por el palacio tenebroso de Herodes, sino marchar por otro camino. Estos sabios venidos de Oriente nos enseñan a no caer en las asechanzas de las tinieblas y a defendernos de la oscuridad que pretende cubrir nuestra vida. Ellos, con esta santa astucia, han custodiado la fe. También nosotros debemos custodiar la fe ante una oscuridad que, tantas veces, se disfraza de luz. Porque el demonio, dice san Pablo, se viste de ángel de luz muchas veces. Y aquí necesitamos la santa astucia para custodiar nuestra fe del canto de las sirenas que te dicen: hoy tenemos que hacer esto o aquello. La fe es una gracia y un don. Nos toca custodiarla con la santa astucia, con la oración y con la caridad. Es necesario acoger en nuestro corazón la luz de Dios y, al mismo tiempo, practicar aquella astucia espiritual que sabe armonizar la sencillez con la sagacidad, como Jesús pide a sus discípulos: «Sean sagaces como serpientes y simples como palomas» (Mt 10,16).

En esta fiesta de la Epifanía, que nos recuerda la manifestación de Jesús a la humanidad en el rostro de un Niño, sintamos cerca a los Magos, como sabios compañeros de camino. Su ejemplo nos anima a levantar los ojos a la estrella y a seguir los grandes deseos de nuestro corazón. Nos enseñan a no contentarnos con una vida mediocre, de «poco calado», sino a dejarnos fascinar siempre por la bondad, la verdad, la belleza… por Dios, que es todo eso en modo siempre mayor. Y nos enseñan a no dejarnos engañar por las apariencias, por aquello que para el mundo es grande, sabio, poderoso. No nos podemos quedar ahí. No podemos contentarnos con las apariencias, con la fachada. Es necesario custodiar la fe, en este tiempo es muy importante. Es necesario ir más allá de la oscuridad, más allá del canto de las sirenas, de la mundanidad, de tantas modernidades de hoy. Tenemos que ir más allá, hacia Belén, allí donde en la sencillez de una casa de la periferia, entre una mamá y un papá llenos de amor y de fe, resplandece el Sol que nace de lo alto, el Rey del universo. A ejemplo de los Magos, con nuestras pequeñas luces buscamos la Luz. Busquemos la Luz y custodiemos la fe. Así sea.

Papa Francisco.

Angelus del Papa Francisco en la Solemnidad de la Epifania del Señor:

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy celebramos la Epifanía, «manifestación» del Señor. Esta fiesta está ligada al relato bíblico de la venida de los Magos de Oriente a Belén para rendir homenaje al Rey de los Judíos: un episodio que el papa Benedicto XVI ha comentado maravillosamente en su libro sobre la infancia de Jesús. Esa fue precisamente la primera «manifestación» de Cristo a los gentiles. Por lo tanto, la Epifanía pone en evidencia la apertura universal de la salvación traída por Jesús. La liturgia de este día vítores : «Te adorarán, Señor, todos los pueblos de la tierra». Entre nosotros y para todos los pueblos.

De hecho, esta fiesta nos hace ver un doble movimiento: por un lado, el movimiento de Dios hacia el mundo, hacia la humanidad – de toda la historia de la salvación, que culmina en Jesús -; y, por otro lado, el movimiento de los hombres hacia Dios – pensemos a las religiones, a la búsqueda de la verdad, al camino de los pueblos hacia la paz, la paz interior, la justicia, la libertad – . Y este doble movimiento es impulsado por una atracción mutua. Por parte de Dios, es su amor por nosotros: somos sus hijos, nos ama, y quiere liberarnos del mal, la enfermedad , la muerte, y llevarnos a su casa, en su Reino. «Dios, por pura gracia, nos lleva a unirnos a Él». Y también de nuestro lado hay un amor, un deseo: el bien nos atrae, la verdad nos atrae, la vida, la felicidad, la belleza… Jesús es el punto de encuentro de esta atracción mutua y este doble movimiento. Es Dios y hombre. ¡Pero la iniciativa es de Dios! ¡El amor de Dios viene primero que el nuestro! Él siempre toma la iniciativa, Él nos espera, Él nos invita. La iniciativa es siempre suya.

Jesús es Dios que se ha hecho hombre, se ha encarnado, ha nacido para nosotros. La nueva estrella que se apareció a los Magos era la señal del nacimiento de Cristo. Si no hubieran visto la estrella, esos hombres no se habrían ido. La luz nos precede, la verdad nos precede, la belleza nos precede. Dios nos precede: El profeta Isaías decía que Dios es como la flor de la magnolia, porque en aquella tierra la magnolia es lo primero que florece. Y Dios siempre nos precede, siempre es el primero, nos busca y da siempre el primer paso, y esta gracia ha aparecido en Jesús. Él es la epifanía, la manifestación del amor de Dios.

La Iglesia está dentro de este movimiento de Dios hacia al mundo: su alegría es el Evangelio, es reflejar la luz de Cristo. La Iglesia es el pueblo de los que han experimentado esta atracción y la llevan dentro, en el corazón y en la vida. «Me gustaría decir sinceramente a aquellos que se sienten lejos de Dios y de la Iglesia, decir respetuosamente a los que son temerosos o a los indiferentes: ¡El Señor también te llama a ser parte de su pueblo y lo hace con gran respeto y amor!». El Señor te llama, el Señor te busca, el Señor te espera. El Señor no hace proselitismo. Da amor, y ese amor te busca, te parte [el corazón] a ti, que en este momento no crees o estás lejos.

Le pedimos a Dios, para toda la Iglesia, la alegría de evangelizar, porque «ha sido enviada por Cristo para manifestar y comunicar la caridad de Dios a todos los pueblos» (Ad gentes, 10). La Virgen María nos ayude a ser todos discípulos-misioneros, pequeñas estrellas que reflejan su luz. Y rezamos para que los corazones se abran para acoger el anuncio, y todos los hombres lleguen «a ser partícipes de la promesa por medio del evangelio» (Ef. 3,6).

Al término de estas palabras, el santo padre rezó la oración del ángelus. Y al concluir la plegaria prosiguió:

Dirijo mis cordiales saludos a los hermanos y hermanas de las Iglesias Orientales, que mañana celebrarán la Santa Navidad. La paz que Dios ha donado a la humanidad con el nacimiento de Jesús, el Verbo encarnado, refuerce en todos la fe, la esperanza y la caridad. Y de consolación a las comunidades cristianas que sufren la prueba. La Epifanía es el Día misionero de los niños, propuesto por la Obra Pontificia de la Santa Infancia. Tantos jóvenes en las parroquias son protagonistas de gestos de solidaridad hacia sus coetáneos y así amplían los horizontes de su fraternidad.

Queridos niños y jóvenes, con vuestra oración y vuestro empeño ustedes colaboran a la misión de la Iglesia. ¡Les agradezco por esto y les bendigo!

Después de recordar el Día misionero de los niños, llegó el turno de los saludos que tradicionalmente realiza el pontífice:

Saludo a todos los presentes: familias, grupos parroquiales y asociaciones. En particular saludo a los jóvenes del ‘Movimiento Tra Noi’ y a los del ‘Oratorio San Vittore di Verbania’; a los scout ‘Menores de Castelforte’; al coro ‘Sant’Antonio di Lamezia Terme’; a los niños, los educadores y a los frailes capuchinos de la iglesia católica ‘Giacomo Sichirollo de Rovigo; y a los participantes del cortejo histórico folclórico que este es animado por las familias de la ciudad de Leonessa y otras localidades en la provincia di Rieti. 
A todos les deseo una feliz fiesta de la Epifanía.

Y concluyó con su apreciado “¡buon pranzo. Arrivederci!”

Papa Francisco.

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