Estos últimos dos años, han sido un tiempo muy duro y de mucho cambio. Todos hemos experimentado lo que es estar encerrados en nuestras casas, el perder los abrazos y los besos con nuestros seres queridos e incluso la pérdida de algunos de ellos.
Cuando se planeó la convivencia parroquial, nadie sabía que justo esa semana se acabarían muchas de las restricciones sanitarias, y podíamos volver a contemplar a los hermanos de la comunidad parroquial: hablando, riendo y cantando, y es que, donde está el Señor todo se desborda, todo sabe a nuevo.
Llegamos al Seminario Menor de Rozas de Puerto Real un grupo tan grande como variopinto, ya que tanto las edades como la procedencia de cada una de las personas destacaban por la heterogeneidad.
Sin embargo, nos reunimos todos como parroquia, como familia para hablar justamente de nosotros, concretamente de lo que Dios quiere para nosotros ahora. Fue precioso y muy enriquecedor el poner en común tantos puntos de vista diferentes porque todos compartíamos la misma meta, hacer la voluntad de Dios. Porque la parroquia no son unas paredes, un horario, unas necesidades o una serie de actividades. La parroquia somos hermanos que hemos conocido al Señor, a través de su palabra, de los sacramentos, de la caridad, de la belleza; los que hemos recibido la fe que desde hace 2000 años se transmite por el mundo y que en el momento presente de la historia queremos vivirla. La parroquia es una comunidad de hermanos. Vivimos arraigados en nuestro pueblo, pero somos peregrinos hacia la patria celestial.
“Personalmente creo que esta convivencia evidenció que esta parroquia es, en potencia, aquello que desde la Santa Sede nos indican que debe ser, es decir, un faro que irradia la luz de la fe y así responde a los deseos más profundos y verdaderos del corazón del hombre.”
Por la mañana, algunos jóvenes y adultos tuvieron una charla, seguida de un rato para comentarla por grupos, mientras otros jóvenes estuvieron jugando con los más pequeños de la parroquia.
Después de comer, en aquel entorno privilegiado, donde ya nos veíamos paseando para rezar, quiso ponerse a llover a la hora del Santo Rosario, lo que nos hizo pasar a una capilla donde nuestra Madre Inmaculada nos estaba esperando.
Por la tarde se hicieron varios juegos todos juntos, celebramos la Eucaristía y compartimos un ratito de oración; y después de cenar volvimos a nuestras casas.
“Ha sido bonito poder vivir este día todos juntos, en el que tanto pequeños como mayores hemos podido disfrutar de las distintas actividades, y donde hemos podido acercarnos y compartir más con personas de la parroquia con las que no tenemos tanta relación. Y todo esto, teniendo a Jesús en el centro, que es el que hace posible la comunión entre nosotros.”
Todo esto es lo que se respiró en la pasada convivencia parroquial. Una preciosa oportunidad para dar gracias al Señor por todas las gracias regaladas sobre nuestra comunidad. ¡Dar gracias a Dios sencillamente por querernos! Porque somos discípulos del que nos ha enseñado a amarnos. Una oportunidad para convivir con hermanos que, con sensibilidades diferentes, conoce al mismo Jesús que yo, y que también le ha cambiado la vida.
Hemos deseado que esta convivencia suponga un cierto reinicio de diversos aspectos de la vida parroquial, no sólo de retomar, airear y revitalizar los apostolados activos, sino de impulsar el corazón evangelizador que cada cristiano tiene desde su bautismo. Quiera Dios que el cercano verano y el comienzo de un nuevo curso nos entusiasme y nos despierte el deseo de vivir una fe que cambie la realidad en que vivimos.
Un agradecimiento sincero y afectuoso a todos los que han participado, especialmente a los que han trabajado mucho por su preparación. Hemos echado mucho de menos a otros muchos hermanos que seguro vendrán en otras ocasiones.
¡Cada convivencia el Señor derrama las gracias que necesitas, no te las pierdas!